miércoles, mayo 27, 2009

El viejo profesor recibió con satisfacción el homenaje que le proponían sus alumnos. Al finalizar este último curso antes de su jubilación , los estudiantes organizarían en su honor un viaje en barco por el estuario.
La propuesta no era nada en comparación con la cena de gala que preparaba el rector, en uno de los salones nobles de la Universidad, con orquesta, camareros trajeados, asistencia de autoridades que festejarían sus años dedicados al conocimiento. Pero él, hombre de virtudes, aceptó con simpatía la idea de los jóvenes. Después de todo, también aquellos humildes estudiantes podían tener oportunidad de expresarle su admiración y respeto.

Pero el paseo por la desembocadura del río no resultó como esperaba. Era el comienzo del verano, los jóvenes exudaban hormonas, y ni chicos ni chicas le hacían caso. El profesor, que no sentía demasiado interés por el mundo que no estaba en letras de molde y que cuando no era el centro de atención no sabía muy bien qué hacer, empezó a retirarse discretamente hacia su camarote. Pero un murmullo de sorpresa le retuvo. En el agua, a pocos metros del barco, nadaba una criatura del color de la piel humana, de aletas como manos, que miraba con sus pequeños ojos a los jóvenes que también lo miraban.

- Eso es un manatí. Cuando Colón llegó a estas costas, pensó que los manatíes eran sirenas-dijo el profesor.

Los jóvenes se volvieron hacia él sonrientes, admirando una vez más su sabiduría.Ahora el viejo, triunfante, se dirigió con decisión a su camarote, marchándose, como los grandes, en la cima de su gloria. Pero un nuevo murmullo le hizo volverse. En los bajíos, una mujer de pechos desnudos y cola de pez jugaba con el agua y la arena.

Un joven moreno le sonrió, desafiante.
-¿Y eso, profesor?

Aspirando una bocanada de racionalismo, el viejo respondió:
- Eso, también manatí.





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